No es lo mismo estar deprimido que sufrir una depresión, ni sentir un ataque puntual de ansiedad que estar inmersos en estado ansiolítico permanente. Estos dos ejemplos son suficientes para ilustrar una situación muy frecuente, la de las personas que dudan entre si su estado emocional es normal o requieren de la ayuda de un terapeuta.
Es cierto que, como norma los psicólogos recomiendan que ante cualquier duda mejor acudamos a su consulta. Afortunadamente, los avances en este sentido han sido enormes y hoy ya no existe esa imagen generalizada que identificaba a quién necesitaba ayuda psicológica con un loco, en el peor sentido del término.
En todo caso, es la propia persona quien mejor puede valorar la gravedad de su estado. O lo que es más importante, su impotencia para manejar el solo su realidad. Porque, quizá esta sea la clave, que el individuo se sienta incapaz de salir de esa situación adversa solo, más que la gravedad objetiva de su estado emocional.
El otro factor a tener en cuenta es la permanencia o no de ese sentimiento de frustración e infelicidad. Todo el mundo tiene un mal día, o una mala semana. Además, hay motivos reales por los que una persona no solo puede, sino debe encontrarse mal. Pero, si ese estado de desasosiego es constante, entonces hay un problema.
Los seres humanos debemos reivindicar nuestro derecho a vivir, frente a una mera supervivencia. Nuestro derecho a sentirnos a gusto con nosotros mismos, utilizando todos los medios a nuestro alcance.
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