A priori, todos consideramos una ventaja tener un amigo
médico, abogado, profesor… para recurrir a él en caso de necesitar a un
profesional de esas características. Sin embargo, no son pocas las situaciones
en las que no está recomendado que sea una persona con la que mantenemos
estrechos lazos emocionales, la que se ocupe de nosotros a estos niveles.
Uno de los casos más claros es el de los psicólogos. Al
menos, en lo que todos los expertos coinciden es en que no debe hacerse cargo
de la terapia de un amigo o familiar. Una negativa que puede generar rechazo y resultar
incomprendida por el entorno de ese terapeuta, pero que sí es fácilmente
compartida por sus colegas.
No debe hacerse cargo de la terapia de un amigo o familiar
El argumento que de forma natural utilizan los amigos de un
psicólogo para pedirle que se haga cargo de su tratamiento es que será más
fácil porque le conoce perfectamente. Pero, precisamente es ese uno de los
mayores problemas para el profesional. Acometería esa terapia con demasiados
prejuicios y condicionantes de antemano.
Un psicólogo que conoce a su paciente actuará con prejuicios y condicionantes
Pero, además, en cualquier tratamiento psicológico se exige una
lejanía entre profesional y paciente en ambas direcciones. Esto es, cuantos
menos datos tenga el cliente sobre su terapeuta, mejor para el desarrollo del
proceso. No se podrían usar herramientas tan frecuentes y eficaces como la
normalización de determinadas conductas poniéndose el terapeuta como ejemplo.
Un psicólogo que conoce a su paciente no podrá ponerse como ejemplo a seguir
Y, está claro, que con una relación emocional estrecha, la
libertad de maniobra, tanto del psicólogo como del paciente, queda claramente
mermada. Sentimientos como el de no querer hacer daño o el miedo a ser juzgado
pueden afectar negativamente a la terapia.
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