La primera imagen que se viene a
la mente de cualquiera, al menos de los que no son expertos, al oír el término
hipnosis es la que se nos ha transmitido a través de la literatura y los
espectáculos de magia: un péndulo girando y las palabras “cierre los párpados lentamente”.
Y, junto a esa imagen, un profundo
desconocimiento de lo que significa realmente esta técnica y cómo funciona.
Porque, después de unos primeros
años en los que determinadas corrientes de la Psicología elevaban la hipnosis a
categoría de intocable, vinieron otros de franca controversia y, más aún, de
enconado rechazo.
El principal reproche que se le hace es que invade en la
voluntad consciente del paciente, dejándole al azar de lo que el terapeuta
decida. Pero, resulta que esta premisa es falsa, con la hipnosis el individuo
no pierde el control de sus actos, solo se le facilitan herramientas para que
aprenda a ejercer un autocontrol ante determinadas circunstancias.
De hecho, la hipnosis vive actualmente una especie de resurgimiento y lanzado
precisamente desde los círculos médicos y científicos de diferentes países. En
concreto, destaca la iniciativa del sistema de salud pública de Reino Unido, el
NHS, que está investigando su utilidad como
sistema para aliviar el dolor.
Se estudian los efectos positivos de la hipnosis
en la reducción de los dolores del parto, lo que supondría una reducción
notable de la necesidad de analgesia a las parturientas. Y parece que están
recabando buenos resultados. Las mismas iniciativas que se están trasladando a
unidades contra el dolor para dolencias como la fibromialgia.
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