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La terapia conductual ha resultado ser la solución o al menos alivio para los paciantes que sufren fatiga crónica. Vamos a ver por qué.
Hay un subgrupo de enfermos que, a las circunstancias
comunes a toda persona que atraviesa un proceso más o menos grave de pérdida de
salud, se les une el problema específico de no tener definidas las causas de su
patología. Se trata de unos pacientes en los que pesa mucho la incomprensión
generalizada, pues su fatiga o dolor no son producidos por un problema físico
que se pueda concretar.
Hasta no hace mucho, la conclusión final que se les
planteaba, después de pasar el calvario de someterse a numerosas pruebas y
visitar a todo tipo de especialistas, es que se trata de una enfermedad no
tratable, al desconocerse sus causas físicas directas. Esto hacía que se
sintiesen presas de cierta incomprensión y que solo tuviesen el paliativo de
medicación para combatir las crisis de dolor.
En los últimos tiempos parece que se ha encontrado una vía
de tratamiento eficiente a través de la terapia cognitivo-conductual para estos
pacientes diagnosticados de fatiga crónica. En concreto, los resultados
muestran que este tratamiento reduce en gran medida la angustia y la
incapacidad que padecen estos enfermos.
Sin embargo, la gran limitación es la propia actitud de los
enfermos ante la posibilidad de someterse a uno de estos tratamientos. Y es
que, en muchas ocasiones, son ellos mismos quienes manifiestan un claro rechazo
a la terapia cognitivo-conductual. Un rechazo que se explica precisamente
porque no quieren que su enfermedad se considere de origen mental, además de la
falta de oferta en la sanidad pública de profesionales y centros en los que se
pueda aplicar.
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