No hay nadie que se libre de emitir un juicio de valor sobre
un tercero al que, en muchas ocasiones, ni conoce ni va a llegar a tratar
nunca. El caso más evidente es el de las personas que salen en televisión o el
cine, que nos caen bien o mal sin que sepamos las razones de esa sensación.
El mecanismo natural de la mente humana tiende a ver como
positivo todo lo que se parece a cómo somos nosotros mismos y nuestros gustos
y capacidades. Eso explicaría por qué determinados individuos no caen bien a
casi nadie. Las ostentaciones de riqueza y poder, o quienes muestran
prepotencia o superioridad intelectual sobre los otros, no son los perfiles que
más adeptos aglutinan.
Pero hay otras situaciones que son tan patentes y, sin
embargo, siguen generándonos rechazo o nos resultan atrayentes. Como parece
difícil controlar esas sensaciones iniciales, lo que algunas personas llaman
impulsos o intuiciones, sí debemos centrar nuestro esfuerzo en que no influyan
en nuestra actitud.
Es decir, por mal que nos caiga una persona antes de
tratarla, no debemos fiarnos de esa apreciación. Sobre todo, no tenemos que
permitir que nos impida acercarnos al otro. En muchas ocasiones, después de
tratar a una persona que, en principio, nos caía mal encontramos a alguien
interesante y que no se corresponde con esa imagen que le habíamos adjudicado.
También se da el caso contrario, el de llevarnos un chasco
cuando conocemos a alguien que nos parecía muy agradable antes. Por eso, si no
las evitamos, al menos hay que cuestionar esas opiniones previas sin
argumentos.
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