Las últimas décadas se han caracterizado sobre todo por el
cambio del papel de las mujeres en las sociedades modernas. Un proceso que no
solo ha afectado a sus propias vidas, sino que ha marcado las relaciones
personales y familiares, un ámbito este último en el que su presencia y
protagonismo era, hasta hace poco, insustituible.
Pero los cambios reales no son tan fáciles de trasladar de
forma inmediata a las estructuras mentales y emocionales en las que se ha
sustentado la organización social desde hace siglos. Porque, que la mujer haya
accedido de forma progresivamente mayoritaria en pocos años al mercado laboral,
ha llevado implícita su menor presencia en los hogares. Y, no siempre resulta
fácil para ellas mismas asumir este cambio en todas sus consecuencias.
El cuidado de los hijos ha sido, tradicionalmente, el
principal trabajo de mujeres en todas las sociedades de todos los tiempos.
Ahora, al incorporarse al mercado laboral en las mismas condiciones que los
hombres, esa tarea ha cambiado en la forma de asumirse. No es que no se ocupen
ni preocupen como antes, pero el tiempo real que comparten con sus hijos se ha
visto reducido. En muchos casos, no sin causarles un serio conflicto interior,
sobre todo reflejado en un sentimiento de culpabilidad.
Y, ¿cómo afrontan algunas mujeres ese problema? Pues, de la
peor manera posible, según todos los expertos. Muchas madres se vuelven
excesivamente protectoras y consentidoras con sus hijos en un intento erróneo
de compensar la falta de tiempo que pasan con sus hijos. Una actitud que lo
único que consigue es que se generalicen relaciones materno-filiales poco
educativas y, a la larga, más conflictivas.
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